Lena
Apenas puedo mantenerme despierta. Llevo viajando dos días en tren, al menos eso creo, en un vagón repleto, de pie, sostenida por la presión de los que me rodean, los que me aplastan, que se apoyan a su vez en mí. No se a donde vamos, ni cuanto durará el suplicio, si terminará algún día. Solo me queda un zapato. Mi pie desnudo empieza a hundirse en la fría y húmeda madera, repleta ya de inmundicias de aquellos que no han podido soportarlo más. El anciano de mi derecha me mira culpable y aparta la mirada avergonzado, pero yo no se lo tengo en cuenta, yo también hace horas que formo parte del suelo.
Dos días sin comer, sin apenas beber. Unas cuantas gotas caídas del cielo solo sirvieron para agudizar la agonía. Huele muy mal, huelo muy mal, esto debe ser lo que llaman hedor. Los movimientos del tren se me clavan en las costillas, me pellizcan las rodillas. Necesito más aire, apenas puedo respirar. Soy bajita para mi edad. En mi casa esto era motivo de burlas, pero aquí me esta costando la vida.
—Deprisa, Deprisa —era lo que nos gritaban las voces, mientras nos desahuciaban, nos empujaban, nos golpeaban y atropellaban, como al ganado, como a los animales que éramos a través de sus ojos. Cientos, miles, aferrados a sus maletas, a sus hijos, a sus vidas y esperanzas, asustados, con miradas atentas, atemorizadas ante la ruleta de las balas que silbaban en todas direcciones.
—Deprisa, Deprisa —seguían insistiendo. Un ruido ensordecedor que lo anegaba todo. Solo nos concentrábamos en seguir adelante, en no caernos y perecer, en intentar obedecer lo mejor que podíamos, apoyándonos en las falsas promesas de aquellos que vociferaban.
—Deprisa, Deprisa —perdí a mi madre, tropezó, pisoteada por el miedo. No pude detenerme, no había tiempo ni para llorar, la corriente humana me empujaba, disparada, como una estampida. Tal vez sí fuésemos ganado después de todo.
Al final, solo oscuridad, gritos, lloros, lamentos, murmullos y silencio. La noche cubrió nuestros problemas con el telón de impaciencia de una nueva mañana y de la oportunidad de un nuevo amanecer.
Pero ahora, dos días después, la incertidumbre es nuestro mayor problema, el incierto destino que se susurra entre los mayores. El infierno en la tierra lo llaman. Sobrevivir ya no es una opción, es la opción que nos queda.
Me llamo Lena, tengo 12 años recién cumplidos, ayer fue mi cumpleaños. No entiendo el delito que he cometido, ni la justicia que me ha condenado, solo soy una muchacha alemana con una estrella bordada. Una estrella que no da luz y sin embargo proyecta la sombra más negra que jamás he visto.
© Revista Entre Líneas 2011