Carta a Mark Z. Danielewski
He encontrado la casa. Seguí las pistas que dejaste ocultas entre las hojas. Logré acariciar las imágenes y palpar las huellas con otro nombre, y entre ellas, forzando los humores vítreos del entendimiento, convoqué a la oscuridad absoluta y apunté la dirección: lejos, inaccesible pero no inalcanzable. Nació la necesidad de comprobar si aquello con lo que me robaste el sueño, igualando la apuesta de Zampanó, poseía vida en este mundo que habito. Cuando pasé la última de tus páginas, la realidad que conocía se agrietó y no pude recomponerla. Empujaste las paredes de la vigilia y las mezclaste con la noche: sin fronteras, sin límites, las ideas que duermen en los libros y las propias que nutren la imaginación, se fundieron, transformándose en ansiedad, en locura, en obsesión por reconstruir un puzzle con el que me habías contagiado. Desde ese momento, dudé de la existencia; cada muro, cada puerta, cada esquina, se convirtieron en algo improbable: me acercaba a ellos con suspicacia, con miedo, con cierta impaciencia, sin saber si al atravesar un cerco o posar las yemas en el frío tangible, me hundiría en alguna espiral entre los seis milímetros de física invisible que nos separan entre capítulos. Incluso tras abandonar el vacío de las estancias, por encima del hombro, con la mirada blanca, comprobaba si los pasillos de cenizas crecían en cualquier parte. ¡Que iluso!. Debería saber que solo en el hogar de los Navidson, en su celuloide estresado, habita lo elástico.
Y al final lo hice. Llegué al umbral, a la casa que palpita moviendo las hojas que la guardan. Sosteniendo el libro con una mano mientras con la otra rozo el pomo que reventará mis realidades. Se que no he venido preparado. Soy la cobaya de un experimento que lanzaste en la estructura extraña de tu anotación desnuda y me siento feliz. No hay silencio mas pleno que el que mora en una casa deshabitada, abandonada con prisa, con los rastros aún visibles de los fantasmas que la abrazaron. Me enfrento al pasillo de tiempo, convencido de que poseo el mapa y la clave que alimenta la humedad pegajosa de los nervios que decoran cada ausencia.
Cuando leas esta carta ya estaré dentro de la oscuridad, explorando las salas que existen dentro y fuera de nuestro pensamiento. Quién sabe si volveré o me perderé para siempre en la escalera eterna de la esperanza.